dimecres, 24 de setembre del 2008

LECTER A STARLLING

Querida Clarice:

He seguido con entusiasmo el curso de su deshonra y vergüenza pública. La mía jamás me preocupó salvo por la incomodidad de estar encarcelado. Pero a usted puede que le falte perspectiva. En nuestras conversaciones en la mazmorra me dio la impresión de que su padre, el vigilante nocturno fallecido, tenía mucho peso en su escala de valores. Creo que su éxito al acabar con la carrera de modisto de James Gumb la satisfizo aún más porque podía imaginar a su padre satisfecho.

Pero ahora, por desgracia, tiene mala fama en el F.B.I. ¿Se imagina a su padre avergonzado por su deshonra? ¿Puede verle en su modesta caja de pino aplastado por su fracaso, el triste fin de una carrera prometedora? ¿Qué es lo peor de esta humillación, Clarice? ¿Cómo se reflejará su fracaso en su madre y en su padre? ¿Es su mayor temor que la gente crea para siempre que no fueron más que basura blanca que vive en caravanas y es pasto de los tornados? ¿Quizá usted también lo sea?

Por cierto, no he podido evitar observar en la insípida página web pública del F.B.I. que me han remontado desde los archivos de criminales comunes y me han ascendido a la prestigiosa lista de “los diez más buscados”. ¿Es una coincidencia o tal vez ha vuelto al caso? Si es así, ¡bravo, bravo!, porque necesito salir de mi retiro, Clarice, y volver a la vida pública.

La imagino sentada en una oscura habitación de un sótano inclinada sobre papeles y pantallas de ordenador. ¿He acertado? Por favor, dígamelo sinceramente, agente especial Starling. ¿Sabe qué es una Paloma Volteadora, Clarice? La Paloma Volteadora asciende mucho y muy rápido y luego da la voltereta y cae igual de rápido hacia el suelo. Hay pequeñas y grandes volteadoras, pero no se pueden aparear dos grandes volteadoras; sus crías apurarían la voltereta, se golpearían y morirían. Usted, agente Starling, es una gran volteadora. Esperemos que uno de sus padres no lo fuera.

Aunque la han privado de sus obligaciones, sé que no piensa abandonarlas, que intentará seguir algún rastro. Y yo le permitiré regresar de nuevo a nuestro eterno juego del gato y el ratón. El motivo de que lo haga así, Clarice, es porque me gusta verla con los ojos abiertos mientras hablamos. No, no me excita, me complace. Y tiene unos pies muy bien formados. Me gustaría que pensara acerca de los amos a los que sirve y cómo la han tratado, en su carrera tal y como está ahora, en su vida, Clarice.

Seguro que usted me preguntaría acerca de mi vida. ¿Mi vida? ¿Qué hay que decir de ella? Me he mantenido en estado de hibernación durante un tiempo. Un poco inactivo, pero ahora he vuelto a casa y estoy muy contento y en plena forma. Pero usted es la que me preocupa. No, es evidente que no está bien, Clarice. Se enamoró del F.B.I., de la institución, para descubrir después de haberle dado todo cuanto tenía que ella no le corresponde.

Incluso le guarda rencor. Le guarda más rencor que el marido y los hijos a los que renunció por ella. ¿Y por qué cree que es así? ¿Por qué le guarda tanto rencor? Está muy claro: usted es fiel al concepto del orden, Clarice, ellos no. Usted cree en el juramento que prestó, ellos no. Usted cree que es su deber proteger al rebaño, ellos no. Usted no le gusta porque no es como ellos. La odian y la envidian. Son débiles, indisciplinados, no creen en nada.

Querría saber qué piensa hacer ahora que, de repente, lo que más le importa en esta vida le ha sido arrebatado. Dígame, Clarice, ¿acabará trabajando como camarera en un motel de la Ruta 66, como su madre? ¿Y si les hiciera yo daño a los que le han hecho daño a usted, Clarice? ¿Y si les hiciera gritar pidiendo disculpas? No. Está fuera de lugar porque usted sentiría, con su perfecta noción del bien y del mal, que de algún modo habría sido cómplice. Olvide lo que acabo de escribir.

Sé que, si pudiera hacerlo, no me negaría la vida pero usted me privaría de mi libertad, me la arrebataría. Si lo hiciera, ¿la readmitirían? El F.B.I.: tipos a los que desprecia casi tanto como ellos la desprecian a usted. ¿Cree que le darían una medalla, Clarice? ¿Haría usted que la enmarcaran y la colgaría en la pared para mirarla y que le recordara su valor y su incorruptibilidad? Lo único que necesita para eso es un espejo.

He recorrido medio mundo para verla huir. Deje de huir. ¿Qué sabor le deja esa palabra? “Huir” ¿Basto y metálico como si chupara una moneda sucia?

Dígame, Clarice. ¿Alguna vez me diría “ya basta, si me amas, ya basta”?

Piense en lo que le he dicho, Clarice,

A más ver.

Recuerdos de su viejo amigo,

Hannibal Lecter D.M.

1 comentari:

Anònim ha dit...

Me encanta la carta, salvo por el hecho de que está copiada de un blog que antaño me pertenecía y se llamaba "Fábulas y Reflejos" de Windows Live.
No está bien copiar las cosas de los demás y no añadir las fuentes, señor mío. Que sepa que cuenta con mi más firme descontento.
A más ver.